Hay algo que no te cuentan en las películas ni en los libros de autoayuda para adolescentes: a veces, los papás también se caen. También se angustian, se estresan, pierden el rumbo o incluso atraviesan depresiones. Y cuando eso pasa, es inevitable que el mundo se sienta un poquito al revés. Porque uno creció creyendo que ellos eran los pilares, los que sabían, los que podían, los que aguantaban. Pero ¿qué hacés cuando ese adulto fuerte empieza a mostrar sus grietas?
Este artículo es para vos, que estás en esa etapa entre la adolescencia y la adultez joven y sentís que te está tocando hacer malabares emocionales: querés apoyar a tus padres, pero al mismo tiempo estás aprendiendo a cuidar de vos, a construir tu propia vida, tus vínculos, tus sueños. Y la verdad es que no siempre es fácil equilibrar todo eso.
Vamos a recorrer juntos algunas preguntas clave y, sobre todo, te vamos a dar herramientas para que puedas estar presente sin agotarte. Porque sí: se puede ayudar sin perderte en el proceso.
Ay, los límites. Esa palabra que a veces suena fría o distante, pero que en realidad es todo lo contrario: los límites son amor con bordes. Son ese cartelito invisible que dice “acá termina mi capacidad y empieza la tuya”.
Acá van algunos límites sanos que podés practicar:
Hay señales que no deberías ignorar. Si empezás a:
Entonces, es hora de poner un freno.
No por egoísmo. Por salud mental. Porque cuando vos estás bien, vas a poder estar mejor para el otro. Pero si estás fundido, solo vas a multiplicar el caos.
En estos casos, es importante que puedas hablar con alguien de confianza (un amigo, una tía copada, un terapeuta, un docente, alguien que te escuche sin juzgar). No tenés por qué cargar con todo solo.
Vamos con lo concreto. Esto no es humo de Instagram: el autocuidado no es solo tomar baños de espuma con velitas (aunque si eso te gusta, adelante). Es construir un día a día donde vos también existís.
Algunas prácticas que pueden ayudarte:
Apoyar emocionalmente a tus padres cuando están pasando un mal momento no solo es un gesto de amor, también es un desafío emocional importante. Pero recordá: no estás solo. No sos responsable de su bienestar total. Podés estar, acompañar, cuidar… sin dejar de ser vos.
Cuidar no es sinónimo de cargar. Amar no es sinónimo de perderte. Y ayudar no debería significar dejarte de lado.
Si te estás preguntando “¿cómo sé si lo estoy haciendo bien?”, la respuesta más honesta es: si estás intentando acompañar desde el cariño y también desde el cuidado propio, entonces lo estás haciendo mejor que bien.
Si sentís que todo esto te resuena, si venís bancando situaciones difíciles en tu casa, si a veces te sentís más adulto que tus propios padres… acá va un pequeño llamado a la acción: hablá. Pedí ayuda. Compartí lo que te pasa. No cargues en silencio. Porque acompañar a quienes amamos está bien… pero acompañarnos a nosotros mismos es imprescindible.