Para entender mejor este fenómeno, primero hay que revisar algunos números. Según datos de la American Pet Products Association (APPA), en su encuesta de 2021-2022, el 70% de los hogares en Estados Unidos tiene al menos una mascota. Entre los Millennials (personas nacidas entre 1981 y 1996), la cifra puede escalar hasta un 71%, posicionándose como la generación con el mayor número de dueños de mascotas. Por otro lado, la Generación Z (nacidos a partir de 1997) está avanzando rápido en este rubro, ya que, conforme ingresan al mercado laboral, muchas personas jóvenes deciden independizarse y adoptar un animal de compañía.
Pero más allá de Estados Unidos, esta no es una realidad exclusiva de Norteamérica. En varios países de Europa y Latinoamérica, el número de hogares con mascotas también ha ido en aumento constante, y las redes sociales son un claro reflejo de ese interés masivo por los animales. Basta con observar la popularidad de las cuentas de “pet influencers” en Instagram o TikTok, que reúnen a miles o incluso millones de seguidores, generando ingresos y posicionando la imagen de perros o gatos como auténticas celebridades.
Uno de los factores que suelen mencionarse para explicar este boom del “pet parenting” es el alto costo de vida. Tener hijos representa un gasto a largo plazo bastante significativo: alimentación, salud, educación, entretenimiento y un sinfín de rubros adicionales hacen que muchos jóvenes duden antes de dar el paso. Según estimaciones (dependiendo del país), se calcula que criar a un niño hasta la mayoría de edad puede costar decenas de miles de dólares o su equivalente en la moneda local, sin considerar gastos universitarios.
En contraste, mantener a una mascota también implica un desembolso (vacunas, veterinario, alimento, accesorios), pero en general es mucho más accesible que los gastos de criar a un hijo. Además, algunas dinámicas económicas han cambiado radicalmente: en un entorno laboral más precario y competitivo, muchos Millennials y Gen Z no se sienten seguros de poder sostener la estabilidad financiera que consideran necesaria para tener hijos.
Otro factor no menos importante es la vivienda. Con el encarecimiento de los inmuebles y el auge del alquiler, miles de jóvenes adultos viven en espacios reducidos, a menudo con una inestabilidad mayor en cuanto a la duración de los contratos de renta. Esto hace que la idea de tener un bebé y toda la infraestructura familiar tradicional se complique. Por el contrario, un perro o un gato encajan mejor en estos espacios (siempre y cuando se tomen en cuenta las necesidades básicas del animal), lo cual resulta menos intimidante que la idea de mudarse con niños pequeños y toda la logística que ello implica.
Hay un componente cultural y generacional que también entra en juego: para muchos Millennials y Gen Z, el estilo de vida ideal se relaciona con la flexibilidad, las experiencias de viaje y la búsqueda de proyectos personales. Esta generación, a menudo etiquetada como “nómade digital” o amante de los “freelance jobs”, valora especialmente la capacidad de moverse sin estar atado a una estructura familiar rígida.
Mientras que un hijo implica un compromiso que abarca décadas, una mascota brinda compañía y cariño inmediato, con un grado de responsabilidad significativo pero, generalmente, menos restrictivo para la vida diaria. Puedes llevar a tu perro a un parque cercano, buscar opciones de guardería canina durante un viaje o incluso trabajar desde casa junto a tu gato sin la misma presión que supone cuidar de un bebé o un niño.
En ese sentido, la mascota se convierte en un compañero de vida que ofrece beneficios emocionales y de salud mental —reducen el estrés, la ansiedad, la depresión— sin que ello conlleve (en la mayoría de los casos) renunciar a planes futuros de estudios, emprendimientos, viajes u otros proyectos que requieran movilidad y flexibilidad. Este equilibrio entre afecto y libertad hace que muchos jóvenes opten por los peludos en vez de los pañales.
En la era digital, no podemos ignorar el papel de las redes sociales como motor de tendencias. El fenómeno de la humanización de los animales se ve amplificado en plataformas como Instagram, TikTok y YouTube, donde los “pet influencers” presentan a sus mascotas con personalidades únicas y narrativas que se asemejan a la de un hijo.
Todas estas dinámicas fortalecen la idea de que una mascota es más que un simple “animal de compañía”: es un miembro de la familia con los mismos derechos a ser celebrado y cuidado con dedicación. Para los Millennials y Gen Z, que crecieron en la cultura del “like” y la inmediatez de la retroalimentación virtual, compartir la vida con sus mascotas en redes sociales se convierte en un auténtico estilo de vida.
Si analizamos cómo las mascotas han transformado la manera de ver la responsabilidad a largo plazo, descubriremos que, para muchos jóvenes, cuidar de un animal es una especie de “ensayo general” para otras facetas de la vida adulta. Aquellos que viven en pareja pueden poner a prueba su capacidad de coordinar gastos, rutinas y toma de decisiones a través de la crianza de su perro o su gato. Se trata de un compromiso afectivo que sirve de termómetro para evaluar la solidez de la relación.
Además, en una época en la que las tasas de divorcio e inestabilidad emocional son altas, a veces resulta menos abrumador asumir el rol de padre o madre de un perro antes que de un niño. Si la relación termina, el proceso de “custodia” de la mascota —aunque delicado— es diferente y menos traumático que gestionar la crianza de un hijo en común. De esta forma, muchos ven a la mascota como un paso intermedio y seguro para medir la compatibilidad y la madurez de la relación.
Por supuesto, no todos consideran a su mascota como una sustitución de un hijo, ni todas las parejas usan este modelo de “pet parenting” como ensayo de la vida familiar. Sin embargo, no deja de ser interesante ver cómo la forma en que cuidamos y nos relacionamos con los animales puede revelar mucho sobre nuestras prioridades, nuestros miedos y nuestras aspiraciones de vida en pareja.
La popularidad de tener mascotas en lugar de hijos podría apuntar a varios escenarios futuros:
No obstante, también surge el debate acerca de si esta tendencia podría tener consecuencias a largo plazo en la demografía. Menos nacimientos implican poblaciones más envejecidas y, en muchos casos, retos financieros para sostener sistemas de salud y pensiones. La pregunta de si las mascotas pueden “sustituir” totalmente la experiencia de la paternidad/maternidad humana sigue en el aire, y seguramente generará opiniones encontradas.
Muchos Millennials y Generación Z prefieren tener mascotas en lugar de hijos por múltiples razones: el alto costo de vida, la inestabilidad laboral, la búsqueda de libertad, la humanización de los animales en redes sociales y la forma de encarar las relaciones de pareja con un compromiso más progresivo. Detrás de esta tendencia subyacen cambios profundos en la manera de entender la familia y el sentido de la responsabilidad.
Si bien no sabemos con certeza cómo evolucionará esta dinámica en las próximas décadas, lo que sí parece claro es que el “pet parenting” ha llegado para quedarse. Las mascotas seguirán adquiriendo un rol más protagónico en los hogares, las industrias y la planificación urbana. Y, al final del día, sea como sustituto temporal o como elección de vida, la relación que establecemos con ellos nos habla de un anhelo de conexión y afecto, algo que —por suerte— perritos y gatitos nos brindan sin reparo.
En definitiva, el auge de las mascotas no es solo una “moda pasajera”, sino la expresión de una sociedad en búsqueda de vínculos afectivos genuinos y una estabilidad que, muchas veces, el mundo moderno se empeña en negarnos. Así, con cada ladrido o ronroneo, estos compañeros de cuatro patas están ayudándonos a encontrar una forma distinta de entender el amor, la familia y la responsabilidad, abriendo la puerta a un futuro donde la empatía y el cuidado compartido sean los pilares de nuestras relaciones, independientemente de si esas relaciones incluyen niños, perros o gatos. ¡Larga vida al “pet parenting”!