¿Qué hago si mi grupo empieza a dar miedo?
Hay un momento en la vida —generalmente entre los 15 y los 30 y pico— en el que una descubre algo incómodo: no siempre caés en el grupo adecuado. A veces te tocó un grupo divertido, con buena onda y memes memorables… y otras veces terminás rodeada de gente que larga comentarios homofóbicos “en broma”, empuja a otros para “hacerse el gracioso” o se burla de cualquiera que no encaje en su molde de “normal”.
Y ahí quedás vos, en el medio, con risa incómoda, ojos mirando el piso y esa sensación de “¿soy yo o esto ya se fue al límite?”.
La verdad es que muchas personas sienten miedo, incomodidad o vergüenza frente a actitudes agresivas dentro de su grupo de amistades. Pero casi nadie lo dice, porque todos cargamos con el mismo fantasma: el terror a ser “la exagerada”, “la moralista”, “la que arruina la joda”.
Respirá. Esta nota existe justamente para que puedas ordenar lo que sentís, identificar lo que está pasando y decidir cómo cuidarte sin sentirte culpable.
La violencia no siempre empieza con un grito. A veces empieza con un comentario.
Un chiste.
Una comparación hiriente.
Una burla disfrazada de humor.
Un empujón “sin querer”.
Y así, de a poquito, se va normalizando.
Algunos ejemplos que quizá ya viste:
Cuando estas actitudes se repiten, tu cuerpo lo sabe antes que vos. Sentís una alerta interna: un nudo en la panza, la respiración más tensa, una mezcla rara de tristeza con enojo. Y aunque quieras justificarlo (“era una broma”), hay algo que no se siente bien.
Ese “algo” es tu brújula emocional diciendo: esto no es sano.
Antes que nada: no es culpa tuya.
Cuestionar la violencia dentro del grupo nunca es fácil. Estos son algunos motivos muy comunes:
1. Miedo a quedar afuera
Los grupos funcionan como mini sociedades: tienen reglas, jerarquías y roles.
Si tu señalas algo que está mal, aparece el temor a perder pertenencia: “¿y si después no me invitan más?”.
2. Presión por no romper “la joda”
Muchas mujeres conviven con el mandato silencioso de ser “las que suavizan todo”, no “las que confrontan”.
Entonces si decís algo pareciera que estás apagando la fiesta, aunque la fiesta venga en forma de comentario hiriente.
3. Nadie más lo cuestiona
Si todas se ríen, ¿quién sos vos para decir “che, esto no es correcto”?
Respuesta: sos justamente la persona que se está dando cuenta. Y eso ya te convierte en referente de salud emocional (aunque no te lo creas aún).
4. Vergüenza de estar ahí
Existe el pudor de admitir: “me incomoda lo que dicen mis amistades”.
A veces da vergüenza reconocer que formas parte de algo que no coincide con tus valores.
5. Darse cuenta tarde
A veces todo parecía normal… hasta que un día te cae la ficha.
Y cuando cae, cae con fuerza: “¿cómo no lo noté antes?”.
No te castigues. Crecer es notar cosas nuevas.
Sí. Especialmente si el grupo usa la agresión como forma de humor o de vínculo.
El miedo puede aparecer como:
Si te pasa algo de esto, no es que seas sensible “de más”: tu sistema emocional detecta un ambiente inseguro, aunque racionalmente quieras negarlo.
A veces la violencia se disfraza. Estas señales te ayudan a detectarla:
1. “Chistes” que siempre apuntan a alguien
Si la broma no se puede hacer sin que alguien salga lastimado, no es broma.
Es burla.
2. Necesidad constante de mostrar poder
El que grita más fuerte, el que humilla, el que ridiculiza al resto.
Eso no es liderazgo: es inseguridad maquillada.
3. Conversaciones cargadas de discriminación
Si el menú emocional del grupo incluye homofobia, transfobia, gordofobia, racismo o xenofobia… ya sabés.
4. Justificar la agresión
“Es su humor, es así, reite un poco.”
“No te lo tomes tan personal.”
“Es así, pero es buen pibe.”
Esa frase es el equivalente emocional de poner cinta adhesiva sobre un incendio.
5. Falta de empatía
Cuando alguien lo está pasando mal y la respuesta es burla, indiferencia o molestar, algo no anda bien.
Vamos paso a paso.
1. Reconocer lo que te pasa
Antes de actuar hacia afuera, escuchate hacia adentro.
Preguntate:
Nombrarlo te ordena.
Orden = poder.
2. Probar el límite suave (la mini intervención)
No hace falta un discurso de TED.
A veces alcanza con frases breves que marquen tu posición:
Son recordatorios simples de que hay límites.
3. Buscar aliados dentro del grupo
La mayoría piensa: “seguro soy la única que se siente así”.
Pero no. En casi todos los grupos hay alguien que también está incómodo, solo que nadie lo dice.
Un mensaje privado puede abrir una puerta enorme:
“¿A vos también te pareció agresivo lo que dijeron?”
4. Establecer límites más claros
Si la agresión se sostiene y vos ya marcaste postura, podés ser más directa:
“Cuando empiezan con esos comentarios, prefiero no estar.”
No es ataque. Es autocuidado.
5. Tomar distancia
A veces, por más límites que pongas, el grupo no cambia.
Ahí aparece la pregunta incómoda:
¿Quiero seguir en un lugar que me hace mal?
La distancia se puede tomar de manera gradual:
La distancia da perspectiva. La perspectiva da alivio.
6. Elegir nuevos vínculos
Hay grupos donde hay escucha, humor sano y respeto.
No son un mito. Existen. Y te mereces estar ahí.
La culpa aparece cuando confundimos “lealtad” con “aguantar lo que sea”. Pero recuerda que cuidar tu bienestar emocional no es traicionar a nadie.
Opciones:
Los grupos que se ríen de todo suelen usar el humor como escudo.
Frente a un límite, pueden redoblar la burla porque no saben cómo gestionar una postura firme.
Estrategia:
1. Mantener la calma. La serenidad descoloca más que el enojo.
2. Enfocar en el hecho, no en la persona.
“Ese comentario fue agresivo” suena distinto a “sos agresivo”.
3. No entrar en discusiones eternas.
“Podés pensarlo distinto, pero yo no quiero participar de eso.”
4. Retirarte si es necesario.
“Voy a alejarme un rato.”
Salir también es un límite.
Formar parte de un grupo no define quién sos: define quién eras en ese momento.
La vergüenza se transforma cuando aparece la frase:
“Ahora ya no soy esa versión de mí.” Ese es el verdadero crecimiento.
Miles de personas sienten incomodidad o miedo dentro de su propio grupo.
Cuestionarlo no te convierte en exagerada ni dramática: te convierte en alguien que se escucha.
Si hoy estás leyendo esto porque algo no te cierra, porque hay un nudo en la panza o una intuición diciendo “ojo”, entonces ya empezaste el camino correcto.
El segundo paso trae alivio.
El tercero, libertad.
Y eso vale más que cualquier grupo que se burla de todo menos de sí mismo.