Ir al gimnasio debería ser algo simple: llegás, hacés tu rutina y te vas. Pero no, la cabeza decide convertirlo en una especie de película de terror social: luces de neón, pesas brillando como armas medievales y un público imaginario listo para juzgar cada movimiento tuyo. ¿Resultado? Ansiedad. Vergüenza. Ganas de dar media vuelta y volver a casa a ver series en ropa oversize.
La buena noticia: lo que te pasa es más común de lo que pensás. La mala noticia (o quizá no tan mala) es que no hay truco de magia para que desaparezca en un segundo. Pero sí hay estrategias para que dejes de sentir que cada vez que levantás una pesa tenés que rendir un examen frente a un jurado invisible.
La respuesta rápida: porque tu cerebro es un exagerado. La respuesta más larga: porque estar rodeado de otras personas mientras hacés algo físico activa un combo de miedos:
En resumen: el gimnasio se siente como un escenario donde todos te miran. Pero la realidad es que nadie te mira tanto como vos pensás. La mayoría está demasiado ocupada viendo su propio reflejo en el espejo, chequeando el celular o sobreviviendo a sus propias sentadillas.
La escuela puede ser aún más intensa porque no elegís el momento ni la compañía. Clases de educación física suelen ser la receta perfecta para sentir incomodidad: shorts, correr frente a todos, hacer pruebas que exponen tu resistencia o tu coordinación.
Algunas ideas para no sentir que la hora de gimnasia es una tortura:
Sentirse juzgado es como tener un narrador malvado en la cabeza: “Se están riendo de vos”, “quedaste mal con ese error”, “seguro piensan que sos torpe”. Ese narrador miente descaradamente.
Lo que podés hacer:
Sí. Muy. Especialmente en la adolescencia y juventud, cuando el cuerpo cambia y la presión social sobre la apariencia está por todos lados: redes sociales, amigos, publicidad, memes… Es como si el mundo entero estuviera obsesionado con marcar abdominales.
La ansiedad aparece porque sentimos que nuestro cuerpo “no está a la altura” de ese ideal. Pero ojo: el gimnasio no es un desfile de modelos, es un lugar de entrenamiento. Y tu cuerpo ya está haciendo algo increíble: moverse, transpirar, adaptarse.
Recordá esto: nadie está tan pendiente de tu cuerpo como vos. Todos tienen sus propias inseguridades. El que parece seguro probablemente también tiene algo que le incomoda.
La clave es dejar de verlo como un examen y empezar a verlo como una oportunidad. Algunos trucos para lograrlo:
Ir al gimnasio o a clases de educación física puede ser intimidante, pero no tiene por qué convertirse en un castigo. La ansiedad social es un obstáculo común, pero también una oportunidad de crecimiento. Cada vez que entrás al gimnasio, aunque te tiemblen las manos, estás enfrentando un miedo. Y eso ya es un ejercicio mental más pesado que cualquier barra.
Con paciencia, humor y pequeños pasos, la vergüenza puede transformarse en confianza. Y un día vas a notar que ya no pensás tanto en lo que otros creen, sino en lo bien que se siente moverse. Ese día, el gimnasio deja de ser un escenario y pasa a ser lo que realmente es: tu lugar para crecer, a tu ritmo y con tu estilo.\
Mensaje final: No sos el único que se siente incómodo en el gimnasio. La diferencia la hace quien decide seguir adelante pese al miedo. Así que ponete las zapatillas, armá tu playlist y recordá: el único que realmente te está mirando todo el tiempo… sos vos. Y podés aprender a hacerlo con cariño, no con juicio.