Imaginemos esta escena: suena la alarma, tenés turno médico en dos horas y vos ya empezaste la función de teatro más dramática de tu vida. En tu cabeza, el médico va a entrar con cara de suspenso, va a poner música de terror de fondo y va a soltar la frase: “Tengo que decirte algo muy grave…”.
Eso no pasa. Pero la ansiedad juega sucio y nos hace imaginar lo peor.
Hoy vamos a hablar de ese miedo a los médicos, de la evitación de chequeos, del extremo contrario (ir por cualquier cosita) y de cómo convertir al consultorio en un lugar menos intimidante.
El miedo al médico muchas veces tiene que ver con lo que representa: la posibilidad de que alguien le ponga un nombre difícil a lo que sentís en el cuerpo.
Es como cuando escuchas un ruido raro en tu casa a la noche: lo más probable es que sea la heladera, pero tu cerebro decide que es un fantasma. Con la salud pasa algo parecido. Un dolor de panza puede ser porque comiste picante… pero tu mente te grita: “¡Seguro es algo gravísimo!”.
Ese miedo tiene nombre: ansiedad anticipatoria. Básicamente, tememos más a lo que creemos que puede pasar que a lo que realmente está pasando.
Sí, es más común de lo que pensás. Evitar controles médicos es una forma de decirle al cerebro: “Si no lo sé, no existe”. Pero ojo, esa estrategia funciona tan bien como esconder las boletas de luz debajo del sillón: tarde o temprano alguien toca el timbre y te recuerda que hay cuentas pendientes.
El problema es que evitar al médico no baja la ansiedad, la multiplica. Porque cada vez que sentís un síntoma, la vocecita interna se activa: “¿Y si es algo serio? ¿Y si lo hubiera detectado a tiempo?”. Y así, la bola de nieve crece.
Primero, respira. No sos la única persona que siente que prefiere no saber. A veces pensamos que conocer el diagnóstico es peor que la enfermedad en sí. Pero la realidad es que ponerle nombre a lo que pasa en el cuerpo suele traer más alivio que angustia.
Un consejo: anotá lo que sentís. Escribí cuándo aparece el síntoma, cuánto dura, qué lo mejora o empeora. Esa mini bitácora no solo te ordena, sino que te ayuda a llegar con información clara al médico. Y, de paso, le saca dramatismo a la situación: es distinto decir “me muero de dolor todo el día” que mostrar tu registro y ver que el dolor aparece después de comer pizza con extra queso.
Ok, llegaste al consultorio y ya estás sudando como en examen final. Lo primero: sé honesto con tu ansiedad. Podés arrancar con un “vengo un poco nervioso porque me da miedo lo que pueda tener”
¿Sabés qué pasa? El médico no solo te revisa, también te escucha. Decir lo que te pasa abre la puerta a una consulta más tranquila.
Otros trucos:
También pasa lo opuesto: en lugar de evitar controles, hay quienes van al médico casi como si tuvieran un abono mensual. Cada dolorcito, cada tos, cada puntada es motivo de turno. Y ojo, está bien cuidar la salud, pero cuando cada cosita se convierte en una alarma roja, la ansiedad termina siendo la que manda.
Ir todo el tiempo en busca de confirmación de que “todo está bien” puede traer un alivio momentáneo, pero es como revisar diez veces si cerraste la puerta: calma por unos minutos, angustia de nuevo después. Y al final, la mente vuelve a engancharse en el mismo círculo de preocupación.
Seamos sinceros: ¿quién no buscó “dolor de cabeza lado izquierdo” y terminó convencido de que tenía una enfermedad rarísima?
Internet tiene información valiosa, pero sin contexto puede ser gasolina para la ansiedad. Google nunca te va a decir: “Tranquilo, probablemente solo dormiste mal”. Va directo a lo más grave. Y tu cerebro, ansioso, se queda con eso.
¿Mi recomendación?
Te dejo algunos consejos clave:
El miedo a ir al médico es mucho más frecuente de lo que parece. Algunos lo esconden, otros lo exageran, pero en el fondo, todos tememos a lo desconocido. La clave está en transformar esa ansiedad en un impulso para cuidarte.
Porque al final del día, ir al médico no es un castigo, es un acto de amor propio. Y aunque tu mente intente convencerte de que va a ser una película de terror, la mayoría de las veces termina siendo más parecido a una comedia romántica: un poco de nervios, algunos enredos, y un final que (casi siempre) trae alivio.
Si alguna vez sentís que tu ansiedad con la salud se te va de las manos, que no podés dejar de preocuparte o que ya afecta tu vida diaria, buscar ayuda psicológica puede ser un gran paso. Así como cuidás tu cuerpo, también vale cuidar tu mente.
Porque la verdadera tranquilidad no se encuentra evitando, ni corriendo al consultorio cada semana, ni pasando horas en Google. Se encuentra aprendiendo a escuchar tu cuerpo con calma y a confiar en quienes están para ayudarte.
Y quién sabe… capaz que tu próxima visita al médico no sea el inicio de una película de terror, sino el recordatorio de que estar bien también es posible.