Emigrar puede ser una de las decisiones más importantes —y emocionalmente caóticas— de tu vida. Por un lado, está la emoción de comenzar de nuevo, el alivio de dejar atrás situaciones difíciles o la esperanza de construir algo mejor. Pero por otro, aparece esa sensación de tristeza profunda, nostalgia que se cuela en las canciones, culpa por haber dejado a tu gente… y sí, a veces incluso el pensamiento: “¿Hice bien en irme?”
Eso que sentís tiene nombre: duelo migratorio. Y no, no sos la única persona que pasa por esto.
En esta nota te voy a contar qué es el duelo migratorio, qué emociones son esperables en este proceso, cómo lidiar con la culpa y la nostalgia, y qué estrategias pueden ayudarte a atravesarlo con más calma y conexión.
La psicología define el duelo migratorio como un proceso emocional complejo que aparece cuando una persona deja su país de origen. A diferencia del duelo por una pérdida puntual, acá se suman muchas pérdidas al mismo tiempo: la lengua cotidiana, los afectos, las costumbres, los olores familiares, el humor local, hasta la forma en que se toma el café.
Y lo más difícil es que:
Una de las emociones más punzantes al emigrar es la culpa: por no estar para ese cumpleaños, por no poder ayudar a tus padres, por sentir que hiciste tu vida lejos.
Primero, respiremos:
Emigrar no es abandonar, es elegir. Y esa elección muchas veces nace del deseo de crecer, proteger tu salud mental o buscar una vida más digna.
Segundo, es importante resignificar esa culpa. En vez de pensar “los dejé”, podés pensar:
“Elegí cuidarme para poder estar mejor cuando me necesiten”.
“Puedo estar presente desde la distancia, aunque no físicamente”.
“No soy egoísta por querer una vida mejor. Eso también es amor propio”.
Y sí, te van a hacer comentarios (¡cómo no!). Pero lo que cuenta es que puedas sostener tu decisión desde la comprensión, no desde la culpa crónica.
La nostalgia no se va con un chocolate ni con scroll infinito en Instagram. Es más profunda. Pero hay formas de darle lugar sin que te arrastre. Acá algunas estrategias reales, humanas y sostenibles:
1. Bitácora emocional
Escribir lo que sentís (aunque sea una frase por día) te ayuda a descargar, ordenar pensamientos y darle sentido al proceso.
Podés usar una app de notas, un cuaderno o incluso grabar notas de voz. La idea es registrar cómo estás, sin juzgarte.
2. Rituales culturales
Conservar tradiciones de tu país —aunque sean mínimas— te reconecta con tu identidad. Comidas, canciones, fechas patrias, un desayuno como el de tu infancia… lo que sea que te haga sentir “vos”.
3. Red de apoyo consciente
Rodéate de personas que te escuchen sin minimizar lo que te pasa. A veces es un/a amigo/a en la misma ciudad, otras veces es un grupo virtual o gente con vivencias parecidas. No subestimes el poder de los vínculos “nuevos”.
4. Psicoterapia online
Hablar con un/a terapeuta de tu cultura, que hable tu idioma y entienda tu contexto, puede marcar la diferencia. No tenés que esperar a estar en crisis para pedir ayuda. También podés buscar grupos de apoyo para migrantes.
5. Espacios de descanso emocional
Emigrar es exigente. No todo tiene que ser productividad. Permítete tomar descansos, mirar tu serie de siempre, llorar por una canción, apagar las notificaciones. Descansar también es adaptarse.
Es completamente esperable pensar en volver. Extrañas. Te sentís sola/o. Comparas todo con lo que dejaste. Pero si ese pensamiento se vuelve repetitivo, constante y genera angustia, puede estar hablándote de otra cosa.
Tal vez:
Volver no es un fracaso. Pero si el deseo de volver viene cargado de urgencia, angustia o culpa, quizá no sea el momento de tomar decisiones. Anota lo que sientes, háblalo con alguien de confianza, y date tiempo para entender qué hay detrás de ese deseo.
Una de las mayores tristezas al emigrar es sentir que los vínculos se enfrían. Pero no todo está perdido. Hay formas de cuidar los afectos desde lejos:
Emigrar no es sólo cambiar de país. Es cambiar de piel. Es hacer lugar a lo nuevo sin borrar lo que fuiste. Es sentir que perdés cosas, sí, pero también que ganás otras. Es llorar frente a una góndola porque viste una marca que te recordó a casa, pero también es reírte con alguien que nunca hubieras conocido si no hubieras hecho las valijas.
No estás sola/o en este proceso. No estás mal por sentir lo que sentís. El duelo migratorio es real, pero también lo es tu capacidad de adaptarte, de crear hogar donde sea, de reconstruirte con nuevos colores.
Y cuando sientas que todo se desordena, recordá esto:
Emigrar no te arranca de raíz. Te enseña a echar nuevas raíces, más flexibles, más tuyas.