Guía para ampliar tu círculo social sin actuar ni morir de vergüenza en el intento
Hacer nuevos amigos siendo muy joven o adolescente puede sentirse como entrar a una fiesta donde todos ya tienen su grupo, su chiste interno y sus stickers compartidos… y vos estás ahí, con tu botellita de agua, esperando que alguien diga: «Ey, vení, sumate.»
Pero muchas veces eso no pasa. Y no porque no caigas bien, sino porque todos —sí, todos— estamos lidiando con las mismas preguntas:
¿Qué digo? ¿Y si le caigo mal? ¿Y si se ríen? ¿Y si ya tienen su grupo?
Spoiler: el miedo al rechazo es real, común y, por suerte, se puede domar.
En esta nota te traigo una brújula emocional y práctica para que te acerques a nuevas personas sin dejar de ser vos misma, y sin tener que convertirte en alguien que no sos para gustar.
Porque hacer amigos implica mostrarse. Y mostrarse… da miedo.
Cuando querés conectar con alguien, abrís una pequeña puerta a tu mundo interior. Y ahí aparece el temido monstruo del rechazo.
“¿Y si me acerco y me rechazan?”
Bueno, puede pasar. Pero no porque seas un bicho raro. A veces el otro está en otra, distraído o simplemente no vibra igual. Y eso no dice nada malo de vos.
El rechazo no es un reflejo de tu valor. Es solo una señal de compatibilidad. Pensalo así: no todo el mundo que conocés tiene que ser tu amigo. Pero cada vez que te animás a acercarte, estás entrenando una habilidad clave: la valentía emocional.
Ese pensamiento puede venir de experiencias pasadas, baja autoestima o simplemente un mal día. Pero no es un dato objetivo: es una interpretación.
¿Querés hacer un experimento? Probá esto:
Pensá en una persona que conocés y que te cae bien.
Ahora pensá: ¿Le caigo bien a esa persona?
Si la respuesta es “creo que sí”, entonces no le caés mal a todo el mundo.
Cuando aparece ese pensamiento globalizante, lo ideal es frenar, respirar y cambiar la pregunta. En lugar de “¿Por qué nadie me quiere?”, mejor: “¿Con quién podría conectar hoy, aunque sea un poquito?”
Spoiler: no solo en el colegio o en la universidad.
Te dejo una lista de lugares y espacios donde es más fácil conectar desde el interés común:
Hobbies compartidos
Talleres de dibujo, música, escritura, idiomas, cocina, ajedrez o lo que se te ocurra. Compartir intereses baja la presión social. Podés hablar del tema sin necesidad de inventar charlas profundas.
Voluntariados o causas sociales
Ideal si te interesa ayudar, aprender o participar en actividades con propósito. Las personas que hacen voluntariado suelen estar más abiertas a conocer gente.
Apps y redes sociales
Sí, hacer amigos por apps ya no es raro. Existen apps de amistad (como Meetup), grupos de Telegram o Discord sobre temas específicos. Obvio: con cuidado y sentido común, pero pueden ser una gran puerta de entrada.
Lugares de espera compartida
Bibliotecas, salas de estudio, clubes, eventos culturales, ferias o incluso la fila para entrar a un recital. En todos estos lugares hay otras personas tan deseosas como vos de una charla casual que alivie el momento.
Sí, lo sabemos: acercarse y decir «hola» puede sentirse tan difícil como escalar el Aconcagua en ojotas.
Pero hay estrategias sencillas y naturales:
1. Preguntar algo simple y contextual
Ejemplo:
«¿Vos venís siempre a este taller?»
«¿Probaste ya esta aplicación? ¿Funciona?»
«¿Qué te pareció la charla?»
La clave es no forzar la conversación. Si fluye, genial. Si no, también está bien.
2. Compartí algo personal (chiquito)
“A mí me cuesta un montón hablar en público, por eso vine al taller.”
“Me anoté solo/a, así que estoy medio perdido.”
Eso genera empatía. Muchas veces el otro está igual de tímido y necesita una excusa para abrirse.
Eso puede tener que ver con una experiencia previa de rechazo o con un entorno poco empático. Pero también puede estar en tu cabeza. A veces pensamos que tenemos que ser la versión “más aceptable” de nosotros para gustar.
La verdad: ser uno mismo es lo único sostenible en el tiempo. Fingir cansa. Y además, cuando encontrás gente con la que podés hablar sin filtro, se nota. La risa fluye. El silencio no incomoda. El vínculo se siente liviano.
No se trata de mostrarlo todo de golpe. Podés ir de a poco. Como cuando pelas una fruta: capa por capa. No hace falta contar tu vida a la primera persona que te sonríe. Pero sí podés dar pequeñas pistas de tu mundo interior.
La típica sensación de “ya está todo armado y yo no encajo”.
Pero ojo: muchos grupos tienen espacios porosos. No todos son herméticos. A veces hace falta tiempo para integrarse. Otras veces, esos grupos no son para vos (y eso también está bien).
Una buena estrategia: acércate a personas de a una, no a grupos enteros. Buscá al que está solo, al que también parece nuevo o simplemente al que hizo un comentario que te llamó la atención.
Y si no hay conexión con nadie, no te obligues. Hacer amigos no es una competencia. Es un proceso. A veces lento, a veces inesperado. Pero siempre más posible de lo que parece.
Una vez que conectas con alguien, toca el desafío de sostener la amistad sin presión.
Algunas ideas:
El miedo al rechazo es normal, pero no tiene por qué frenarte.
No necesitás actuar ni fingir para hacer nuevos amigos.
Podés empezar con un simple “hola” o una pregunta tonta (a veces son las mejores).
Hay espacios donde es más fácil conectar: hobbies, voluntariados, apps o eventos.
Si alguien ya tiene su grupo, eso no significa que no puedas construir uno nuevo.
La amistad verdadera empieza cuando sos vos mismo sin miedo.
Último mensaje de quien también fue una adolescente tímida alguna vez:
No todos los vínculos llegan de un día para el otro. Pero cada vez que te animás a dar el primer paso —por más chiquito que sea— estás sembrando algo. Y en algún momento, florece.
Porque los amigos no siempre se encuentran. A veces se construyen. Despacito. Y con confianza.