Hablemos de algo que muchas veces se esquiva en los recreos, en las series, e incluso en las charlas con amigas: ¿qué pasa cuando no quiero hacer algo íntimo, pero me cuesta decirlo?
No es que no sepamos decir «no» en general. A veces decimos «no» a lavar los platos, a salir con gente que nos cae mal o a ver esa película aburridísima que recomendó tu tía.
Pero cuando el «no» es para algo íntimo… ¡ay, cómo cuesta! Aparece la culpa, el miedo a herir, a perder a la otra persona, o a quedar como exagerada. Y es ahí donde muchas chicas (y chicos también, pero vamos a centrarnos en vos, que me estás leyendo) se meten en situaciones que no desean, sólo por no saber cómo frenar a tiempo.
Recuerda: tu deseo vale. Siempre.
Arranquemos por acá:
Es posible que una práctica romántica o sexual te incomode, te genere dudas o simplemente no tengas ganas.
Tener cuerpo no significa tener que usarlo para otro todo el tiempo. Tu cuerpo es tuyo. Y tenés derecho a sentir, elegir, probar o no probar. Incluso si tenías ganas y después se te fueron, eso también cuenta.
Hay un mito horrible que dice que si empezaste algo (un beso, una caricia, una cita), ya «tenés que seguir». ¡Error! Podés cambiar de idea cuando quieras. Sí, aunque ya estén en la cama. Aunque haya pasado “eso” que parecía que “venía después”. Aunque te digan: «pero si vos también querías».
Podés querer un beso y no querer sexo. Podés querer una caricia pero no querer que te toquen más. Podés querer todo… menos eso. Y eso es válido.
Acá viene lo difícil. Porque no es sólo decir “no”, sino hacerlo sin que te tiemble la voz, sin quedarte bloqueada, sin sentir que estás arruinando todo.
Primero, algo importante: si alguien se enoja porque cuidás tu deseo, no es una persona que merezca estar cerca de tu cuerpo. Eso no significa que no te quiera o que sea malvado, pero sí que no está sabiendo cuidar lo que vos necesitás. Y eso, para una relación sana, es clave.
Ahora sí: ¿cómo se dice que no?
Con las palabras que te salgan. No hace falta que suene como una escena de serie con guión perfecto. A veces alcanza con:
La idea no es dar excusas para que no se enoje, ni justificar lo que sentís. Lo que sentís está bien porque es tuyo. Punto.
A veces, por miedo, presión o simplemente por inexperiencia, uno accede a algo que no deseaba del todo. No estás sola. No sos rara. No estás rota. No hiciste nada mal.
Vivimos en un mundo que, muchas veces, no nos enseña a escuchar nuestro deseo, sino a complacer al otro. Y cuando el otro insiste, seduce, insiste otra vez o “se pone triste”, parece más fácil decir “bueno, lo hago igual” que decir “no”. Pero después viene la incomodidad, el enojo con una misma, la tristeza.
Lo importante es que te abraces. Te entiendas. Y sepas que podés aprender de eso.
Si tenés alguien de confianza (una amiga, una tía copada, una profesional de salud), hablalo. Porque no tenés que cargar sola con esa experiencia.
Y si no lo querés contar, igual hacete esta pregunta:
¿Qué necesito para sentirme segura la próxima vez?
A veces, decir que “no” da miedo porque creemos que vamos a perder a la otra persona. Pero pensalo así:
Si para que se quede necesitás hacer algo que no querés… ¿realmente querés que se quede?
Poner límites es decirle al otro: “Me importas, pero yo también me importo”.
Y si alguien respeta tus tiempos, deseos, dudas o pausas, eso no corta el clima. Lo mejora. Porque crea confianza. Y sin confianza, no hay encuentro íntimo que valga la pena.
No son recetas mágicas. Usá las que te suenen tuyas. Cambialas, inventalas, probalas. Lo importante es que digan lo que vos querés decir.
Acá se pone serio. Porque si sentís que la otra persona puede ponerse agresiva, burlona o violenta, tu prioridad no es explicar tu deseo, sino protegerte.
En esos casos:
Existen líneas de apoyo, profesionales que escuchan sin juzgar, espacios donde podés hablar y ser contenida.
Cerramos con una imagen:
Imaginá que tu cuerpo es una casa.
Tenés la llave. Podés abrir la puerta, cerrar la ventana, correr la cortina, dejar que alguien pase al living… o no.
No sos mala anfitriona si un día no tenés ganas de visitas.
Sos la dueña de esa casa.
Y lo que pase ahí adentro, lo decidís vos.
Si te sentiste identificada con lo que leíste, o pasaste por una situación íntima que te dejó confundida, triste o incómoda, no tenés por qué quedarte con eso sola. A veces una conversación con una persona de confianza cambia todo.
Y si sentís que necesitás más, podés hablar con un/a profesional de la salud mental, un centro de salud o una persona de tu confianza. Están para escucharte, sin juzgarte, y ayudarte a ordenar lo que te pasa.
Tu voz merece ser escuchada.
Tu experiencia merece ser respetada.
Y vos, sobre todo, mereces sentirte segura, cuidada y acompañada.