A ver si te suena: no dormiste bien, te levantaste con la mandíbula apretada, la panza revuelta y una tensión en los hombros como si te hubieras peleado con un oso. No tenés fiebre, no estás resfriada, y sin embargo… te sentís terriblemente mal.
Y ahí aparece la gran pregunta existencial: “¿Me estaré enfermando… o será la ansiedad otra vez?”
Spoiler: puede ser ansiedad. Y no, no sos la única. Ni exagerada, ni dramática. Estás viva, con emociones, responsabilidades, pensamientos que no paran, y un sistema nervioso que a veces entra en modo ¡sálvese quien pueda!.
Vamos a desarmar el misterio juntas.
La ansiedad no es solo “estar nerviosa”. Es una respuesta del cuerpo ante lo que percibe como una amenaza. Puede ser real (una materia que no estudié), simbólica (¿y si mi ex sube una historia con alguien más?) o completamente imaginaria (¿y si me pasa algo horrible mañana?). El cuerpo, que no distingue bien entre realidad y pensamiento, activa todo su sistema de alarma igual.
Y ahí es donde aparecen los síntomas físicos. Porque aunque la amenaza esté en tu mente, la respuesta es muy corporal.
Sí, totalmente. Cuando estás ansiosa, tu mente está enfocada en anticipar, prevenir, evitar. Todo eso consume muchísima energía mental. El resultado: te olvidás de lo que ibas a decir, perdés cosas, repetís preguntas.
No es que estés mal de la memoria, es que tu cerebro está en modo “supervivencia” y no tiene recursos libres para el resto.
Primero: no sos un robot. Sentir ansiedad ante un examen, una cita o una mudanza es normal. El problema aparece cuando:
Si eso te pasa, no estás “rota”. Pero sí estás necesitando ayuda. La ansiedad es tratable. No tenés que vivir así para siempre.
Porque el estrés constante activa el sistema nervioso simpático (el de “huí o peleá”) una y otra vez. Eso:
A veces duele la panza, otras veces la espalda, otras la cabeza. El cuerpo habla. Y si no lo escuchás con atención, grita.
A veces la gente minimiza porque no entiende. Acá va un glosario para ayudarte a ponerlo en palabras simples:
No es solo “estar nerviosa” → Es tener síntomas reales que afectan el cuerpo y la mente.
No es algo que se pasa con “pensá en otra cosa” → Es como tener una alarma que suena todo el tiempo, sin poder apagarla.
No es falta de voluntad → Es un estado emocional y fisiológico que necesita herramientas, no fuerza bruta.
No siempre se nota desde afuera → Muchas personas con ansiedad “funcionan” en lo cotidiano, pero por dentro están en modo montaña rusa.
Podés decir:
“No necesito que me soluciones nada, solo que entiendas que esto me afecta. Y que me acompañes sin juicio.”
100%. Es como si tu cuerpo estuviera corriendo una carrera interna que vos no ves, pero que agota. Podés sentir:
Es tu sistema pidiendo un recreo urgente. Y sí, descansar también es parte del tratamiento
Poné en palabras lo que sentís: escribir, hablar, dibujar, grabarte. Lo que sea que te ayude a sacar lo que tenés adentro.
Probá técnicas de regulación emocional: respiración diafragmática, mindfulness, yoga suave, caminatas sin auriculares. No solucionan todo, pero ayudan mucho.
Reducí el bombardeo de estímulos: menos redes, menos noticias, menos multitasking. Tu mente necesita menos info, no más.
Pedí ayuda si lo necesitás: psicoterapia, grupos de apoyo, alguien que te escuche sin decir “tranquilizate”.
La ansiedad no es un invento, ni un capricho, ni una moda. Es un lenguaje que tu cuerpo y tu mente usan para decir: “Estoy tratando de adaptarme, pero necesito ayuda”.
No estás sola en esto. Hay muchas formas de sentirla, pero también muchas formas de acompañarla. Y una de las mejores cosas que podés hacer es dejar de pelearte con vos misma por sentir lo que sentís.
Porque no se trata de eliminar la ansiedad, sino de aprender a entenderla. Como quien aprende a calmar a una amiga que llora fuerte: con paciencia, con ternura, y sin apagarla, sino abrazándola.