Cuando sabés que necesitás ayuda… pero no sabés por dónde empezar
Decidiste dar el paso: querés empezar terapia. Tenés ansiedad, estrés, dudas existenciales o simplemente sentís que tu cabeza es como un navegador con 87 pestañas abiertas. Hasta ahí, todo bien. El tema es: ¿y ahora qué?
Porque sí, la palabra “terapia” suena tranquilizadora… hasta que descubres que no existe una sola, sino un buffet interminable de opciones. Desde las clásicas con sillón y diván hasta las que podés hacer en pijama por videollamada. Y ahí arranca el dilema: ¿cuál me sirve a mí?
No existe un test mágico que te diga “esta terapia es tu alma gemela”, pero sí hay pistas:
Elegir terapia es como elegir zapatillas: hay que probar y ver con cuál caminás mejor.
Algunas opciones son:
Muchos jóvenes arrancan diciendo: “no quiero pasar años hablando de mi niñez”. Y ojo, eso es válido… aunque también hay quienes descubren que volver a la infancia ayuda a entender cosas de hoy.
El psicoanálisis sigue siendo popular en muchos países. Se centra en explorar tu historia personal, tus emociones más profundas y cómo tu pasado influye en lo que te pasa hoy.
Lo importante: hoy existen psicoanálisis de distintas duraciones, no todos implican “diez años en un diván”.
Tal vez ya probaste algo y no conectaste. Te aburriste, no confiaste en la persona, o sentiste que estabas pagando para charlar lo mismo que con tu amiga.
Dato clave: que una terapia no te haya funcionado no significa que todas sean iguales. Puede que no haya sido tu momento, tu estilo o simplemente la relación con ese profesional. Terapia también es química: necesitás sentir confianza.
La pandemia cambió todo. Hoy podés hacer terapia por videollamada, chat o incluso apps.
La terapia ya no es solo sillón, silencio incómodo y un cuaderno lleno de anotaciones del terapeuta.
La ansiedad es la consulta más común entre adolescentes y jóvenes. Las más efectivas suelen ser:
Un mini mapa que puede orientarte:
No hay respuesta única. Lo central es que el espacio te sirva y sientas que salís con algo más que cuando entraste.
Empezar terapia es como entrar a un gimnasio para la mente. Hay muchas máquinas distintas: algunas aburren, otras enganchan, otras cambian tu vida. Lo importante es animarse a probar, porque el peor error es quedarte afuera pensando “no sé cuál elegir”.