Son las ocho de la mañana, recién me levanto y ya estoy subiendo una foto de mi desayuno con la frase: “no soy persona sin mi café ”. Después voy al colegio, y ahí va otra story: el outfit del día, la fila en el transporte público, la selfie con cara de sueño. A la tarde subo mi cuaderno abierto con un “estudiar es sufrir”, y a la noche, foto llorando porque me peleé con mi mejor amiga.
¿Es demasiado? ¿Estoy contando toda mi vida? ¿O simplemente estoy buscando sentirme un poco menos sola?
Bienvenida al mundo del oversharing.
El oversharing no es solo escribir un post larguísimo confesando tus emociones. También aparece cuando subís absolutamente todo lo que hacés: qué comiste, a dónde fuiste, con quién hablaste, qué música escuchaste, hasta tu rutina de skincare paso a paso.
No es que esté “prohibido”. Es más como una pregunta que nos hacemos: ¿estoy compartiendo porque quiero o porque siento que si no lo muestro, no cuenta?
El oversharing incluye dos grandes áreas:
Subir una foto de tu merienda puede parecer una tontería, pero cuando alguien responde “amo esas galletitas”, ya no estás sola en tu habitación. Y cuando compartís que te sentís triste y alguien contesta “te entiendo”, sentís que alguien te acompaña.
En otras palabras, el oversharing puede ser como abrir la ventana de tu casa: dejas que otros miren un poquito tu mundo y vos también ves que hay más gente ahí afuera.
No hay una regla escrita, pero sí algunas pistas para detectarlo:
El truco está en preguntarte: ¿lo hago porque quiero o porque siento que “debo” mostrarlo?
Abrirse y mostrar quién sos no tiene nada de raro. Lo hacemos siempre: antes en cartas, diarios secretos o llamadas eternas. La diferencia es que ahora tu “diario” está público, y a veces lo leen personas que no necesariamente te conocen.
Mostrar tu intimidad puede ser liberador. El problema surge cuando la exposición empieza a dejarte agotada, arrepentida o sintiendo que ya no queda nada solo para vos.
Aceptémoslo: todas tenemos un post que hoy nos da risa o vergüenza. Esa foto del desayuno con filtro vintage, la selfie llorando con “Sad songs only”, el hilo eterno tipo novela dramática, o el TikTok bailando mal editado que todavía circula entre amigas.
No te castigues por eso. Crecer en la era digital significa tener un archivo vivo de tus emociones y rutinas. Si tu mamá guardaba cartas o diarios, vos guardás post y recuerdos en la nube. Cada generación con su estilo.
El oversharing puede ser alivio, compañía y hasta diversión. La clave está en observar cómo te deja después:
No se trata de mostrar todo o nada, sino de elegir con conciencia qué querés compartir y qué preferís que quede en tu intimidad o para una charla de amigas.
Tu vida no necesita estar publicada para tener valor. Podés compartir tu café de la mañana, tu playlist favorita o un pensamiento profundo si te nace. Pero también está bien guardar para vos esa charla especial, esa tarde aburrida o ese llanto en tu cuarto.
Porque al final, la verdadera compañía no depende de cuántas stories subas, sino de cómo te sentís con vos misma mientras vivís todo eso.
Y recuerda: a veces la mejor story es la que nunca llegó a subir.