Zerenly

Me cuesta decir que no, ¿cómo empiezo a poner límites?

Me cuesta decir que no, ¿cómo empiezo a poner límites?

¿Decís que sí aunque querés decir que no? Esta nota te ayuda a entender el miedo al rechazo, poner límites sin culpa y reconectar con tu voz.

Hay una frase que muchas personas usan sin pensarlo demasiado: “Sí, claro, no hay problema”. Y lo dicen mientras por dentro gritan un silencioso y dolido “¡otra vez dije que sí cuando quería decir que no!”

Si esto te pasa, tal vez te suene familiar esta escena: te piden ayuda, favores, o que hagas algo que no tenés ganas o no podés, pero decís que sí igual. Después te sentís mal, agotada o incluso un poco enojada… pero no con los demás, ¡con vos misma!

Este hábito tiene nombre: people pleasing, o en español, complacer a los demás por encima de vos misma. Y no, no es sólo ser amable. Es un patrón emocional que, cuando se sostiene en el tiempo, te borra. Suena fuerte, pero es real.

¿Por qué me cuesta tanto decir que no?

Spoiler: no es que seas débil ni que tengas “falta de carácter”. Muchas veces, esto nace de una necesidad básica: sentirte querida, aceptada y en paz con el entorno. Y ahí se mezclan factores como:

  • Miedo al conflicto. Como si decir lo que pensás o querés fuera sinónimo de pelea.
  • Miedo al rechazo. “Si digo que no, capaz ya no me invitan más o piensan mal de mí.”
  • Historia de vida. Si creciste en un entorno donde poner límites era castigado, ignorado o no respetado, es lógico que ahora cueste.
  • Autoestima tambaleante. Cuando no sentís que tu voz vale por sí sola, buscás validación haciendo lo que esperás que el otro quiera.

¿Qué me da más miedo: decepcionar o ser rechazada?

Ambas cosas duelen. Pero no son lo mismo. El miedo a decepcionar está más ligado a una culpa anticipada. Te imaginás que el otro va a sufrir, o que va a pensar mal de vos. El miedo al rechazo, en cambio, va directo al corazón: “si dejo de complacer, me van a dejar de querer”.

Y eso toca fibras muy profundas. El miedo a ser excluida, a perder el lugar en el grupo, a dejar de ser “la buena”, “la confiable”, “la que siempre está”.

Pero acá va la pregunta clave:
¿Qué tan querida te sentís si tenés que dejar de ser vos misma para ser aceptada?

¿En qué momentos dejo de ser yo para agradar?

Te dejo una lista de chequeo para que observes si hay algún “ajuste de identidad” en tu rutina:
Fingís estar de acuerdo para no discutir.

  • Te vestís o hablás de cierta forma para encajar.
  • Vas a lugares que no disfrutas solo para no quedar afuera.
  • Hacés favores que te desgastan sin que te lo pidan directamente.
  • Sonreís cuando en realidad querés llorar o mandar todo al demonio.

El problema no es ser amable o flexible. El problema es que ese “sí” constante te borra, y cuando querés encontrarte, ya no sabés dónde estás.

¿Qué pasaría si digo lo que realmente pienso?

Puede pasar de todo.
Algunas personas se van a sorprender.
Otras van a respetarte más.
Algunas, sí, tal vez se molesten o se alejen.

Pero el resultado más importante no es lo que pase afuera:
Es lo que pasa adentro tuyo cuando por fin te elegís.

Cuando decís un “no” claro y respetuoso, abrís la puerta a un “sí” verdadero: a vos, a tus tiempos, a tu energía, a tu deseo, a tu descanso, a tu voz.

Cómo empezar a poner límites sin entrar en pánico

1. Detecta las señales de alarma
Antes de responder, chequeá con vos misma:

  • ¿Estoy diciendo que sí por costumbre?
  • ¿Estoy evitando un conflicto?
  • ¿Tengo ganas reales de hacer esto?

Este micro check te devuelve presencia y te da margen para decidir.

2. Empezá por los “no” suaves
Si te cuesta decir que no de una, puedes entrenarte con frases como:

  • “Déjame pensarlo y te confirmo.”
  • “Ahora no me da el tiempo, pero gracias por pensar en mí.”
  • “Esta vez no puedo, pero espero que te salga bien.”

Es un primer paso para salir del modo “sí automático” sin entrar en culpa paralizante.

3. Entrena el «no» asertivo
Acá van algunos ejemplos que podés practicar frente al espejo, a un oso de peluche, o en tu cabeza (sí, sirve igual):

  • “Aprecio que me tengas en cuenta, pero esta vez necesito priorizarme.”
  • “Sé que esto es importante para vos, pero no puedo comprometerme en este momento.”
  • “Me cuesta decir que no, pero estoy trabajando en eso, y ahora necesito hacerlo.”

No hace falta justificarse mil veces. Un “no” claro y desde el respeto no debería necesitar un PowerPoint.

¿Y después? Manejar la ansiedad post-límite

Poner límites puede venir con culpa. Es esperable. Sobre todo si tenés el chip del “tenés que ser buena con todos” bien instalado.

Algunos tips para surfear esa ansiedad:

  1. Recordá por qué lo hiciste. Volvé a vos.
  2. Hablá con alguien que te escuche sin juzgarte.
  3. Escribí lo que sentís después de decir que no. A veces, entenderlo en palabras ayuda a procesarlo.
  4. Respiración: inhalar en 4, retener en 2, exhalar en 8. Repetí. El sistema nervioso agradece.

Ejercicio de auto-validación para recuperar tu centro

Escribí una lista de frases que te reafirmen. Por ejemplo:

  • “Mi valor no depende de agradar a todo el mundo.”
  • “Tengo derecho a decir que no sin sentir culpa.”
  • “Quien me quiere, respeta mis tiempos y mis límites.”
  • “No tengo que explicarme todo el tiempo para justificar mis decisiones.”

Pegalas donde las veas. Grabalas como nota de voz. Úsalas como anclaje cuando la culpa se ponga insistente.

Escenarios de práctica (role-play interno)

Te propongo que ensayes estas escenas mentalmente, como si fueran una serie protagonizada por vos (spoiler: lo son):

Escena 1: Una amiga te pide que la acompañes a algo y vos no tenes ganas o no te interesa el plan.
Respuesta posible: “Amiga, te adoro, pero hoy necesito quedarme en casa. ¿Querés que nos veamos otro día y me contás todo?”

Escena 2: Te piden ayuda para un trabajo que no te corresponde.
Respuesta posible: “Sé que es mucho, pero no puedo hacerme cargo de esto también. ¿Querés que pensemos juntas cómo resolverlo?”

Escena 3: Alguien se enoja porque pusiste un límite.
Respuesta posible: “Lamento si te molestó, no fue mi intención. Pero necesitaba priorizar lo que siento.”

No es fácil. Pero es liberador. Y cuanto más lo practicas, menos miedo da.

Conclusión

Dejar de complacer no significa dejar de cuidar. Significa incluirte en el cuidado. Tu voz, tus necesidades, tus emociones importan. Si decir que sí te apaga, entonces empezar a decir que “no” no es egoísmo: es amor propio.

Elegirte no te hace menos querible. Al contrario. Te hace más auténtica. Y eso, aunque cueste al principio, es el vínculo más poderoso que podés construir: el que tenés con vos misma.

Notas relacionadas

¿Qué aconsejan nuestros especialistas?